El sol comenzaba a asomarse a través del horizonte y a
esparcir sus rayos cubriendo de luz todo lo que le rodeaba. Todo excepto un
lugar: una pequeña montaña.
En ella vivía un anciano, y era tan
infranqueable que ni el propio astro podía acceder a ese trozo de tierra.
Esto era
debido a que, aunque
nadie lo supiera, el anciano había sido un viejo hechicero, y ahora, tras
decidirse alejarse por una larga temporada de un entorno en el que solo le
buscaban por interés, se acababa de instalar en aquella pequeña montaña. La
razón por la que ni si quiera el sol se atrevía a acariciar el lugar era que el
anciano había creado una especie de halo que rodeaba la montaña, este “aire”
mágico le mantenía aislado, a él y a todos los seres que vivían con él.
Tomó
aquella decisión, ya que era la única forma de hacer que nadie se acercara, ni
siquiera el sol, pues nadie que intente esconderse desea que le de la luz.
Comentarios
Publicar un comentario