Apuesto a que, si sentáramos una frente a otra a dos personas que están realmente enfadadas, pero no les dejásemos decir ni una sola palabra, solo mirarse… o no mirarse, quien sabe; no sé si el asunto se arreglaría al final, pero estoy segura de que, al menos tras un rato, acabarían pensando más en las cosas que les unen que las que la separa. La memoria es traicionera, recordamos las cosas malas, pero las buenas caen sobre su propio peso en la memoria.
A estas dos personas les pasa
eso, cuántas veces habrán deseado no recordar ese día, ese momento, esa frase
mal pensada y… peor dicha. Pero lo recuerdan, siempre habrá una parte que te
haga querer olvidar y otra lo suficientemente insistente para dejar que te
sienten en una silla sin poder soltarle a esa persona todo lo que la otra parte
te está susurrando al oído.
Ahora bien, sino pueden decirse
nada, a esas personas no les quedará otra opción que escucharse, lo más
difícil, o lo más fácil, pero sin duda lo más efectivo. Cuando se callan ambas
partes, se escucha el silencio. Y con un poco de suerte, nos vendrán a la
memoria esas razones por las que a veces, además de mirar, comenzamos a ver.
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